miércoles, 25 de julio de 2007

EL BOSQUE


Tiempo atrás, yo era vecino de un médico,

cuyo "hobby" era plantar árboles

en la enorme quinta de su casa.

Algunas veces observaba desde mi ventana

el esfuerzo para plantar árboles

y más árboles todos los días

Entretanto, lo que más me llamaba la atención

era el hecho de que

él jamás regaba los renuevos que plantaba.

Noté después de un tiempo

que sus árboles

estaban demorando

mucho en crecer.

Cierto día,

resolví entonces

acercarme al médico

y le pregunté si el

no tenía recelo

de que los árboles

no crecieran

pues percibía que el

nunca los regaba.

Fue cuando con un aire orgulloso,

él me describió su fantástica teoría.

Me dijo que;

si regase sus plantas,

las raíces se acomodarían a la superficie

y quedarían siempre esperando

por el agua más fácil venida de encima.

Como él no las regaba,

los árboles demorarían más en crecer,

porque sus raíces

tenderían a migrar para el fondo,

en busqueda del agua

y de las variadas fuentes nutrientes

encontradas en las capas más inferiores del suelo.

Esa fue la charla que tuve

con aquel vecino mío.

Después fui a vivir a otro país,

y nunca más lo encontré.

Varios años más tarde, al retornar del exterior,

fui a dar una mirada a mi antigua residencia.

Al aproximarme, noté un bosque

que antes no había.

¡Mi antiguo vecino había realizado su sueño!

Lo curioso es que aquel era un día de un viento

muy fuerte y helado, en que los árboles de la calle

estaban arqueados, como si no estuviesen

resistiendo el rigor del invierno.

Entretanto, al aproximarme a la quinta del médico,

noté como estaban sólidos sus árboles:

practicamente no se movían,

resistiendo implacablemente aquella ventolera.

Efecto curioso, pensé yo.

Las adversidades por las cuales aquellos árboles

habían pasado, habiendo sido privados del agua,

parecían haberlos beneficiado,

como si hubiesen recibido el mejor de los tratamientos.

Todas las noches, antes de irme a acostar

doy siempre una mirada a mis hijos

me inclino sobre sus camas y observo cómo

han crecido. Frecuentemente, oro por ellos.

La mayoría de las veces,

pido para que sus vidas sean fáciles.

“Dios mío:

libra a mis hijos de todas las dificultades

y agresiones de este mundo”.

He pensado, entretanto, que

es hora de cambiar mis oraciones.

Este cambio tiene que ver con el hecho

de que es inevitable que los vientos

helados y fuertes

no alcancen a nuestros hijos.

Sé que ellos encontrarán innumerables problemas, por lo tanto, mis oraciones

para que las dificuldades no ocurran,

han sido demasiado ingenuas.

Siempre habrá una tempestad

ocurriendo en algún lugar.

Por lo tanto,

pretendo cambiar mis oraciones.

Lo haré porque,

queramos o no queramos

la vida no es muy fácil.

Al contrario de lo que había hecho,

pasaré a pedir para que mis hijos

crezcan con raices profundas,

de tal forma que puedan sacar

energía de las mejores fuentes

-de las más divinas-,

que se encuentran en los lugares más remotos.

Oramos demasiado para que tengamos facilidades, pero en realidad lo que necesitamos hacer es pedir para desarrollar raíces fuertes y profundas, de tal manera que, cuando las tempestades lleguen

y los vientos helados soplen, resistamos bravamente y no seamos dominados.

By Mel

Traducción M. C. Valenzuela

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